Logotipos de algunos bancos de México. Imagen original de agendasettingdiario.com

Luis Niño de Rivera, líder de los banqueros de México, lo dijo con todas sus letras: la banca no hará quitas (no perdonará deudas) a los clientes morosos. Las ayudas de los bancos a los afectados por la crisis económica derivada del coronavirus no deben significar una reducción del lucro de la industria, dijo. En cambio, la banca ayudará a reestructurar créditos y diseñar opciones de pago para los clientes que se encuentran con problemas de liquidez, sin que eso se traduzca en una reducción del monto de deuda. “No se trata de sacrificar las utilidades de los bancos. Se trata de mantener la solvencia de las instituciones bancarias. Ese es el punto”, dijo el presidente de la Asociación de Bancos de México (ABM).

Don Luis, como le llaman los reporteros de la fuente, tiene la boca llena de razón: ¿en qué cabeza cabe la idea de que la banca ayude con quitas (condonaciones de deuda) a los millones de mexicanos que se quedaron sin ingresos o los vieron disminuidos y no pueden pagar sus deudas en las condiciones en que éstas fueron contratadas?

Para contextualizar esto último (o como decía Monsiváis: para documentar el optimismo): la contracción económica hizo que un millón de personas salieran del mercado laboral formal entre marzo y mayo y que 12 millones quedaran sin ingresos. El Inegi calcula que 8 de cada 10 trabajadores ganan ahora menos de tres salarios mínimos al mes: 11,000 pesos al mes. Según el Coneval, en mayo 55% de la población en México registró un ingreso laboral inferior al costo de la canasta alimentaria.

La recuperación económica ha comenzado, pero a una velocidad muy inferior de la necesaria para restaurar los bolsillos de los mexicanos. Y —aunque suene obvio— hay que recordar que el Covid-19, como el dinosaurio de Monterroso, todavía sigue ahí.

Otro dato antes de continuar: los bancos de México registraron 54,000 millones de pesos por utilidades entre enero y junio de 2020; se trata de una reducción de 36% respecto al lucro del mismo periodo de 2019, pero suficiente para superar, digamos, el presupuesto total de la UNAM para todo este año (46,600 millones).

“Las quitas son una práctica ancestral de la banca: cuando no hay alternativa es a lo que se recurre”, dijo Niño de Rivera el martes pasado, durante una videoconferencia para aclarar que la hoja de ruta presentada el 23 de septiembre por Hacienda y la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) para la reestructuración de deudas financieras es una regulación no obligatoria para los bancos. Y en cualquier caso, dijo, la reestructura debe hacerse “banco por banco, cliente por cliente” (me hizo recordar aquella letanía prohibida de “voto por voto, casilla por casilla”, pero esa es otra historia). 

También aquí Niño de Rivera tiene razón, como no podría ser de otra manera. Las quitas son tan ancestrales en el sistema de préstamos como la usura, la obtención de un beneficio o un interés a partir del préstamo de dinero. La usura fue una práctica satanizada primero y permitida después en el cristianismo, algo que no ocurrió en el islamismo, que la sigue condenando. Esta prohibición islámica a esperar un lucro sobre el dinero prestado impulsó a la industria bancaria a inventar comisiones casi hasta por respirar dentro de un cajero automático, pues de otra manera el negocio no habría sido negocio. En la banca islámica la creatividad no tiene fin.

En México, por cierto, el Banco de México (Banxico) ha documentado 35 conceptos de comisiones bancarias y tiene registradas 5,310 comisiones por productos y servicios financieros. Esto, sin contar las tasas de interés sobre los diferentes productos crediticios.

Las quitas son una consecuencia de la usura, inventadas durante el feudalismo por el temor de los usureros a recibir un castigo divino tras la muerte. “Recibir una usura por dinero prestado es en sí injusto, pues se vende lo que no existe, con lo cual se instaura manifiestamente una desigualdad contraria a la justicia”, escribió Santo Tomás de Aquino. “Mutuum date, nihil inde sperantes”, prestar sin esperar nada a cambio, escribió San Lucas (6:35), una frase que con los años, y a través de los sermones de los predicadores (los medios de comunicación medievales), se convirtió en apotegma. Pero los tiempos cambian y a las enseñanzas de Tomás y Lucas —y de otros muchos durante la larga Edad Media— se les buscaron connotaciones diferentes para adaptarlas al proceso de integración del cristianismo con el incipiente capitalismo.

Hoy las cosas son muy distintas y el lucro sobre los préstamos son la base del modelo económico occidental. Para algunos autores (hace poco hablé aquí de David Graeber, por ejemplo), la deuda generada de esta práctica constituye una forma de esclavitud de las economías en desarrollo y de sus ciudadanos. Quizá por eso tenga razón el eslogan comercial de una mueblería de mi pueblo: “El que nada debe, nada tiene”. 

Está claro la manera en que la banca en México apoyará a superar el trance pandémico: reduciendo el monto de los pagos periódicos alargando los plazos de vencimiento o reduciendo las tasas de interés de cada crédito, siempre según las condiciones individuales de cada cliente moroso, nunca reduciendo el monto de la deuda. ¡Y aguas con las reestructuras! Los bancos están obligados a informar al buró de crédito sobre “la situación difícil de cada cliente en particular” y eso puede afectar sus necesidades de crédito futuras, dijo Niño de Rivera. Porque —como dicen de la gente de Jalisco— la banca nunca pierde y cuando pierde, arrebata.

Este artículo originalmente se publicó en El Economista el 4 de octubre de 2020.

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