El ingeniero Guillermo González Camarena fue un mexicano afortunado: nació en una familia con capacidad económica que le permitió desarrollar su potencial creativo, al grado de crear un sistema de televisión a color (a los 23 años registró la patente 40235 en México y, un año más tarde, en Estados Unidos, en 1941, con el título de “Adaptador cromoscópico para aparatos de televisión”), contar con la primera concesión de televisión en México (Canal 5, XE1GC; hoy, XHGC), componer canciones, tocar el piano, el violín y la armónica y practicar la astronomía. Su genio lo evidenció desde muy niño y “el dinero que le daban sus padres el domingo lo gastaba en comprar cables, pilas, focos, bulbos, los componentes electromecánicos que se requerían para construir la reina de los gadgets de moda en ese entonces: la radio”. Ayudó que su madre, Sara Camarena Navarro, “reconociera su dedicación, sus habilidades manuales y aceptara su cuasimanía por inventar artefactos”. Sara Camarena, hija del exgobernador de Jalisco, Jesús Leandro Camarena (1875-1876 y 1877-1879), “nunca intentó reprenderlo cuando se olvidaba de tomar sus alimentos en el comedor familiar, como le sucede a cualquier buen aprendiz de brujo, y, en cambio, le llevaba a aquel sótano de la calle de Havre un almuerzo suculento, al cual Guillermo no habría de resistirse”. Guillermo compartía el sótano de Havre 74, de la colonia Juárez, con otra figura cultural mexicana, su hermano pintor y muralista Jorge González Camarena. El emprendimiento también fue una característica de su padre, Arturo Jorge González Pérez, fundador de la fábrica de mosaicos Hércules, un distintivo de las viejas calles de Guadalajara por su trazo de cuadros rojos y blancos, pionero en el aprovechamiento del aserrín para la construcción de hojas de conglomerado y, si no lo hubiera alcanzado la muerte en 1923, habría sido el representante comercial en México de la compañía fotográfica Kodak. (Todas las citas las tomé del libro Fábrica de colores. La vida del inventor Guillermo González Camarena, publicado por Carlos Chimal en 2017 bajo los sellos del FCE, la SEP y el Conacyt para la colección La Ciencia para Todos). El ingeniero Guillermo González Camarena fue un mexicano honesto, generoso y comprometido, que utilizó su potencial individual para mejorar las condiciones de quienes lo rodeaban.

Guillermo González Camarena, en su despacho. Foto de Jorge Terre Oliva.
Guillermo González Camarena, en su despacho. Foto de Jorge Terre Oliva / CC BY-SA 4.0

La historia de González Camarena me viene a la mente ahora que se discute sobre los salarios en México. Con un salario promedio nacional de 4,048 pesos, una cantidad que apenas permite la sobrevivencia, no se tienen satisfechas necesidades básicas como la alimentación, la protección o la salud. Las familias tienen pocas opciones para preocuparse por la ciencia, el arte o su ciudadanía. Según el economista Julio Boltvinik, la línea de pobreza (lo mínimo para no considerarse pobre) en la Ciudad de México para una familia de cuatro miembros se sitúa “al menos en 25,000 pesos mensuales, sin pago de colegiaturas ni gastos de salud privados”. En este país sólo 2 de cada 100 personas que nacieron entre los más pobres logran escalar socialmente en la edad adulta al segmento de mayores ingresos, mientras que los ricos tienen “una alta probabilidad de mantener una posición de ventaja en la edad adulta”, de acuerdo con el informe Desigualdades en México 2018 de El Colegio de México. “Los de abajo se quedan en su lugar y los de arriba también”, escribió Estefanía Vela Barba en Letras Libres. “Resulta paradójico que el régimen político que, en teoría, aspira a la igualdad de las personas ante la ley, el Estado y la sociedad, sea al mismo tiempo el que, en la práctica, ha derivado hacia un régimen moral orgulloso de la sistemática e injusta asimetría”, escribió Ricardo Raphael en Mirreynato. La otra desigualdad (Temas de Hoy, Planeta, 2014).

Según el Coneval, en 2016 52.3% de los niños de México se encontraba en situación de pobreza. Millones de niños son explotados y obligados a hacer malabares en los semáforos, a vender chicles y mazapanes en los restaurantes o a cualquier otra cosa distinta a la de ser niños. Entonces pienso en las posibilidades de González Camarena para desarrollar su potencial creativo y me pregunto de cuántos geeks nos hemos perdido por nuestra falta de voluntad para cambiar las condiciones de este país.

Este artículo originalmente se publicó en El Economista el 22 de julio de 2018. La foto que ilustra este post es original de Jorge Terre Oliva y cuenta con una licencia CC BY-SA 4.0.

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