Paula Sibilia, fotografiada en Ciudad Universitaria de la Ciudad de México en septiembre de 2016. Foto de Hugo Salazar para El Economista.

Los conceptos de privacidad e intimidad se encuentran en plena transformación. La sociedad de la información, conectada a las redes de comunicación en tiempo real, también es una sociedad del espectáculo que incentiva a las personas a mostrarse como personajes en el espacio público. Para la antropóloga argentina Paula Sibilia, vivimos la confirmación de la extimidad, un término creado por el psicoanalista Jacques Lacan (París, 1901-1981) para nombrar algo que parece contradictorio: la exhibición de la intimidad. “Seguimos utilizando las palabras público, privado, íntimo, cuando refieren situaciones que se encuentran en proceso de cambio. El show del yo está perdiendo su carga peyorativa y está ganando legitimidad moral”, dijo Sibilia, entrevistada en la Ciudad de México.

Sibilia es autora de La intimidad como espectáculo (FCE, 2008) y ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión (Tinta Fresca, 2012), en los que aborda la manera como se construyen las identidades individuales en una sociedad hiperconectada, en la que las tecnologías de la información y la comunicación —léase Facebook, Instagram, Snapchat— trastornan la construcción de las personalidades y derivan en una exhibición de la intimidad. “Se actúa sobre una lógica de costo-beneficio, donde la aceleración del tiempo no deja espacio para la autorreflexión”, dijo la investigadora del Departamento de Estudios Culturales y Medios de la Universidad Federal Fluminense, en Río de Janeiro.

En ¿Redes o paredes?… analiza la crisis de las instituciones “activadas por paredes” —espacios delimitados que posibilitaban la sociedad disciplinaria, como la educación, las cárceles, los partidos políticos— en su tránsito hacia una nueva sociedad infiltrada por las redes de comunicación; se trata, de acuerdo con Sibilia, de un estado en el que “las paredes se dejan infiltrar y pierden su antigua eficacia”. En palabras del filósofo coreano Byung-Chul Han, nos encontramos en el camino entre la sociedad de la biopolítica y la sociedad de la psicopolítica, en la que los individuos somos nuestros propios vigilantes, censores y represores a partir de un uso irreflexivo de las tecnologías de la información y la comunicación.

A continuación, presento algunas de las respuestas que me dio durante la entrevista en la UNAM del 29 de septiembre pasado.

—¿Estamos perdiendo libertades con el uso de los dispositivos electrónicos de comunicación, conectados a Internet en todo momento?

—Los límites están difusos. En el mundo moderno, en los siglos XIX y XX, las paredes funcionaban con eficacia para limitar el espacio privado y el espacio público y no era solamente el grosor y la solidez de la pared, sino toda una serie de creencias y valores que estaban protegiendo esa privacidad: la moral, el pudor, el decoro, la discreción. Además de las paredes, las persianas y las llaves, había válvulas morales que separaban un espacio del otro, el privado del público. Aquello que se consideraba la intimidad era lo que sucedía en el espacio privado y debía permanecer en el espacio privado. No estaba bien: era inmoral e ilegal que esa intimidad fuera violada. Había protección, no solamente material, sino también moral y legal.

Toda esta dinámica se complica ahora y no solamente por culpa de que las tecnologías digitales permiten grabar, filtrar las paredes y robar intimidad del otro o también que permiten que uno proyecte su intimidad y la lance al espacio público. No es solamente por las tecnologías; las tecnologías son consecuencia de cambios justamente en nuestros valores y nuestras creencias. O sea, la rigidez de esas paredes se flexibilizó. No la pared en sí, porque sigue estando ahí, sino su eficacia en términos de separación de espacio público y privado.

—Usted utiliza la metáfora de las casas de vidrio para hablar de esta invasión de la mirada de los otros.

—Claro. Una fecha que se suele poner, más o menos entre los años 60 y 70 con las transformaciones socioculturales a nivel de las relaciones, las rebeliones juveniles, la revolución sexual, las revoluciones feministas, y nuevas posibilidades de relación con los otros, con uno mismo y con el mundo, dieron base a una serie de cambios. Otros ejemplos anteriores son las casas modernistas de cristal, transparentes, de los años 30, propuestas que eran rarezas en esa época, algo poco habitual, pero que son síntomas de esa transformación. Antes era inconcebible una casa de cristal, porque la pared opaca era fundamental en una casa. En el caso de nuestras casas ni siquiera hace falta que nuestras paredes sean de vidrio, porque hay todos estos dispositivos que permiten la infiltración de las paredes. Hace un tiempo atrás todo esto habría sido impensable, porque es una intromisión en la intimidad.

Se amplió el campo de lo que se puede decir y mostrar y eso tiene que ver no solamente con las tecnologías que tenemos a nuestra disposición sino sobre todo con que las válvulas morales que se fueron relajando.

—Me parece, escuchándola, que en algunos casos las libertades se amplían, como la libertad de expresión. ¿Encuentra usted casos donde las libertades se restrinjan?

—En las redes sociales, por ejemplo, todo el mundo puede opinar y hay una incidencia en el debate público, tanto es que ahora los diarios, los medios de comunicación tradicionales, también escuchan a las redes sociales, tienen que estar pendientes de ellas. Antes podían tener un feedback con el rating o encuestas, pero ahora es muy inmediato y mucho más ampliado. Cualquiera está ahí todo el tiempo opinando. En ese plano hay una democratización, entre comillas, de las voces y una ampliación de la libertades. No hace falta tener acceso a un diario que muy poca gente tiene para poder expresarlo y aparte en los diarios tampoco está muy claro que una pueda expresar cualquier cosa.

En las redes sociales cualquiera publica cualquier cosa. Claro que es limitado por el perfil de cada uno y lo que uno quiere mostrar de sí y el perfil que le interesa vender y promocionar. Pero se ha ampliado la capacidad de expresarse. Por un lado eso, por otro lado, solamente para quedarnos en este mismo ejemplo, también hay una incitación a hablar y a manifestarse. No puedes dejar de opinar, hay una incitación a opinar sobre todo y a tener una opinión sobre todo y también se ha perdido el tiempo de procesamiento qué venía junto con la propuesta de los medios tradicionales.

—En La intimidad como espectáculo, usted cita a Benjamin para hablar sobre la experiencia. Esta incitación y esta nueva concepción del tiempo parece que destruye la experiencia.

—Walter Benjamin lo dice con respecto a la era moderna. Él dice que en la era moderna ya no sucede esto de la experiencia. Claro, él no vivió esta época, pero no es sólo una intensificación de eso, sino también una transformación porque cuantitativamente aumentó la cantidad de noticias. Benjamin dice que lo que mata la experiencia es la información, que la información es distinta a un relato, sobre todo distinta al relato oral, porque en éste cada uno procesa lo que recibe. Ahora la noticia solamente tiene valor en la medida en que es nueva y que es distinta a lo que se venía diciendo hasta entonces. La novedad por definición es caduca; deja de ser novedad y deja de tener valor. Como se decía antes: no hay nada más viejo que el diario de ayer.

En ¿Redes o paredes?… reflexiono en cómo estos flujos constantes de información interactiva hacen que sea muy difícil cortar para reflexionar y adensar alguna de esa información para transformarla en conocimiento, en experiencia y que tenga sentido para uno. Hay una velocidad cada vez mayor y sobre todo esta deuda de estar todo el tiempo perdiéndose de otras cosas, entonces no puedo perder mucho tiempo en una sola cosa porque hay muchas otras que están otras ahí. Es la lógica del mercado, pero una lógica de mercado muchísimo más hiperestimulada que en la que había en la época de Benjamin. Es difícil que algo haga experiencia. Para que haga experiencia tiene que chocar con algo, que yo le ponga un tope al flujo, porque si es sólo flujo pasa y no se queda, pasa y desliza. No se incentiva la introspección. Virginia Woolf defendía el cuarto propio como la posibilidad de tener un monólogo interno, para poder pensar, para poder escribir. Hay que ejercer una violencia y cortar de alguna manera para que algo haga experiencia y eso es un problema que tenemos, que me parece que está cada vez más intensificado.

—Usted utiliza la idea de la sociedad disciplinaria de Michel Foucault y considera que nos encaminamos hacia una nueva sociedad. ¿Cree que avanzamos a una psicopolítica, como el siguiente estadio de la biopolítica de Foucault? Nadie nos obliga a estar en Facebook, pero hay una lógica más profunda que nos incita a hacerlo.

—Obliga, entre comillas, porque nos estimula y es muy difícil salir, porque si fuera una obligación uno podría revelarse contra la obligación, contra el tirano. Pero en realidad es una mezcla de incitación, estímulo y necesidad, porque hace falta usarlo para ciertas cosas. Se mezclan los distintos ámbitos de la vida, trabajo, familia, en fin, y es en el mismo dispositivo donde se mezcla todo eso. Son estrategias que cada uno trata de implementar y cada uno intenta, pero es cada vez más difícil porque cada vez más cosas pasan por ahí, por el dispositivo. Cada vez más ámbitos de nuestra vida son mediados por estas tecnologías y sobre todo por su lógica, que es la de la velocidad, la del costo-beneficio, el tiempo ocupado todo el tiempo porque quisiéramos poder hacer un montón de cosas y nunca nos alcanza el tiempo para eso, porque no hay límite de espacio-tiempo. No hay límite espacial tampoco, en cualquier lado tenemos wifi o quisiéramos tener. Es muy difícil desconectarse.

Este artículo se publicó originalmente en El Economista el 10 de octubre de 2016.

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