La humillación, escribió el galés Jon Ronson, “se asemeja a un espejo deformante de un parque de atracciones en la manera en que confiere una apariencia monstruosa a la naturaleza humana”. Quien humilla trata de deshumanizar o de mutar lo humano en algo que genere repugnancia y asco, en algo que no merezca respeto. En otros casos, la humillación se vuelve una forma punitiva: “[De acuerdo con Dan M. Kahan] ningún otro modo de castigo expresa de modo tan vívido y tan claro la desaprobación de la sociedad hacia el transgresor”, describió la filósofa Martha Nussbaum la posición de algunos expertos en derecho de Estados Unidos de trabajar sobre la repugnancia como un método para erradicar la crueldad. En el caso mexicano, siguiendo al filósofo Luis Muñoz Oliveira, la humillación debe ser señalada, descrita, y no sólo aceptada como un destino construido sobre las bases de una sociedad estratificada y desigual que separa y evita la cooperación. Humillar, escribe Oliveira, es “negar el igual estatus o rango humano de una persona, es excluirla de la humanidad”. Y el primer paso para combatirla es reconocerla.

A diferencia del trabajo de Ronson (Ediciones B, 2015), basado en decenas de entrevistas a personas que han sido humilladas o que han castigado con la humillación, o del volumen filosófico de Nussbaum (Katz Editores, primera reimpresión, 2012), el mexicano Oliveira trazó una ruta que se nutre del periodismo, la literatura, la filosofía, la historia y la psicología social para buscar las causas de la humillación en México y algunas posibles formas de erradicarla. Se trata de un nuevo título que ha atacado las mesas de novedades sobre un tema capital: la humillación. Árboles de largo invierno. Un ensayo sobre la humillación está publicado por Almadía (2016) y es el tercer libro de ensayo de este filósofo y escritor mexicano, después de La fragilidad del campamento. Un ensayo sobre el papel de la tolerancia (Almadía, 2013) y La razonabilidad, virtud de la democracia (Porrúa, 2011).

Oliveira aborda la humillación como una consecuencia de las desigualdades, no sólo económica sino también de clases; una consecuencia de un ejercicio poco profundo de la empatía que debe combatirse con mejores programas educativos. “Ponemos en peligro la identidad de una persona cuando la tratamos como si no fuera un ser humano”, cuando le negamos la “igual dignidad”. Y esto ocurre, principalmente, con los menos favorecidos: los pobres y los migrantes. “Quien no se indigna frente a la humillación que padecen los demás es porque los ha deshumanizado, ya no los ve como un espíritu lastimado, sobajado, al que le han arrancado la dignidad, los ve como merecedores de su vida de árboles sin hojas”, escribe Oliveira, profesor de ética en la Facultad de Filosofía de la UNAM y en la Universidad Iberoamericana.

Los migrantes son parte esencial del ensayo de Oliveira: las condiciones de humillación que enfrentan, desde los motivos que los llevaron a abandonar sus hogares hasta las circunstancias de violencia y abuso a su paso por México rumbo a Estados Unidos, representan un “maldito infierno”, dice en esta entrevista que concedió a El Economista el miércoles pasado, en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica en la Ciudad de México, en la que aborda desde los mitos de la idiosincrasia nacional hasta las redes sociales, el caso Arne aus den Ruthen y el “mal humor social” de los mexicanos.

—En tu libro citas algunas ideas sobre la idiosincrasia nacional, como la de hijos de la chingada de Octavio Paz y la de hijos abandonados y vengativos de Santiago Ramírez. Sobre esta narrativa, ¿es posible construir una idea de igualdad que elimine la humillación como práctica?

—No nos queda de otra. La forma en la que nos hemos ido construyendo como sociedad está allí, pero no quiere decir que no lo podamos transformar. Tenemos que ir poniendo el dedo sobre la llaga, en los problemas sobre los cuales hemos ido construyendo nuestra sociedad para que, una vez detectados los problemas más lacerantes, comencemos a transformarlos. Más que sean unas marcas indelebles en nuestro “espíritu nacional”, por decirlo así, son marcas que, una vez que encontramos y señalamos, podemos cambiar. Ahora, claro, si no las cambiamos es imposible la igualdad.

—Un concepto permanente en tu libro es empatía, el reconocimiento de la existencia del otro y su aceptación de “igual dignidad”. ¿Qué condiciones generan la empatía?

—La empatía es un sentimiento que tenemos los seres humanos por evolución y lo tienen otros mamíferos. Lo que tenemos que empezar a hacer es prestar atención a los psicólogos sociales que han estado investigando cuáles son los elementos que generan más empatía o menos empatía y utilizarlos para enseñarle a los niños a tener más empatía. Y sobran casos. Por ejemplo, el abandono infantil o el maltrato infantil es uno de los factores que más genera falta de empatía en las personas. Tendremos que empezarnos a preguntar ¿qué vamos hacer con todos los hijos huérfanos de la guerra? Esos son niños abandonados, por una circunstancia, por la muerte de sus padres, ¿esas personas van a tener menos empatía en unos añitos, van a tener la edad suficiente para causar daño? Ese problema ya está allí tenemos que estarlo enfrentando, no lo estamos enfrentando, por dar un ejemplo.

—Recupero una idea de Yuval Noah Harari (Israel, 1974) sobre los límites de la empatía, como si se tratara de un horizonte de no más de 150 personas. La idea de los grandes ciudades, de los grandes imperios, escribe Harari, se formó a partir de la creación de la ficción, de los mitos comunes. ¿Necesitamos nuevos mitos que superen las ideas de Paz y de Ramírez?

—Sí, pero yo no les llamaría mitos. Necesitamos argumentos que nos permitan saltar de esta barrera tribal a la capacidad de entender que el otro tiene la misma dignidad que tú aunque no sea parte de tu tribu. Y a eso yo le llamo derechos humanos. Por eso no tiene que ser un mito. Los derechos humanos son un argumento basado en la idea de igual dignidad. Ahora, la igual dignidad es algo que tenemos que enseñarle a las personas y parte de dos puntos: uno, de que la dignidad es algo que tenemos todas las personas, y eso lo discuto en el libro: ¿qué damos a entender por dignidad? ¿Cuál es la base de la dignidad? ¿Y qué sucede con las personas cuando se viola su dignidad? Cuando se viola la dignidad de las personas, duele. Y tenemos que aprender que nos importa el dolor de los demás. Eso es una cosa que también está relacionada con la empatía. Entonces a partir de eso podemos empezar a construir un mundo donde nos importa los que estan mas alla de nuestra tribu.

—Una idea recurrente en tu ensayo es la disminución del rango humano. Hay varias menciones relacionadas con la vejación, con la comparación de las personas con animales, con la disminución de la calidad humana al nivel animal. ¿Cómo enseñas esto en la escuela?

—Tendríamos que construir todo un programa de educación en derechos humanos, de educación en dignidad. Obviamente tendría que pasar por la empatía, por el dolor físico de las personas y, sobre todo, por que la dignidad es algo que todos los seres humanos tenemos como estatus de persona. Ahora, claro, la humillación como vejación o como la violación de la dignidad del otro es, yo creo, que la mejor forma de explicar la humillación. Es decir, una vez que entendemos que todos tenemos la misma dignidad, el trato humillante, al menos la Humillación con mayúscula, es tratar al otro como si no tuviera la misma dignidad humana que tú. Eso es humillación. Entonces eso es rebajar al otro porque hay que tener la dignidad como estatus, es decir, o como un nivel. Cuando a alguien lo tratas con menos dignidad que la humana, entonces lo estás sobajando, lo estás haciendo menos. Y, de hecho, la palabra humillación está totalmente vinculada en términos etimológicos con el suelo, con el humus, con hacer menos. Humillar es hacer hacia abajo. Entonces perfectamente podemos entender humillar es hacer hacia abajo a alguien.

—Quiero pasar a un tema que no está tratado en el libro o no con profundidad que son las redes sociales. Quizá si hiciéramos distintinciones en los tipos humillación, ¿podríamos pensar que lo que ocurre en las redes sociales cuando humillamos no es grave? ¿Por qué tratamos a las personas así en las redes sociales?

—No, a mí me parece que sí es grave. Tenemos una facilidad impresionante de tirar adjetivos y quemar en la hoguera a las personas. Esto sucedía en la Edad Media. Se quemaban brujas y la gente festejaba en la plaza pública, con juicios verdaderamente mal llevados. Es decir, no se impartía justicia sino simplemente se quemaba a una mujer o se quemaba a un hereje después de sacarles la evidencia tras unas horas de tortura. Y esto bastaba para que la población le tirara jitomates y festejara su muerte. Ahora nos pasa lo mismo: pasa sin que ocurra, afortunadamente, un linchamiento físico en todos los casos. Aunque a veces pasa de verdad. Las redes sociales se han convertido en otro espacio para linchar. Que no es un linchamiento físico sino un linchamiento emocional. Y entonces, yo allí le preguntaría a un psicólogo por qué pasa esto. Yo creo que si hay algo en este primate que somos, que al final de cuentas somos un animal, es que fácilmente se deje enardecer en masa. Y las redes sociales son este espacio donde seguimos sin estar juntos físicamente pero estamos juntos en un espacio digital, nos enardecemos y vamos allí linchando sin detenernos. La masa nos permite esto. Yo creo que las redes sociales nos permiten otra vez constatar la teoría de las masas: las personas en masa actúan como masa.

—Este caso me parece obligado como una tema de humillación: Arne aus den Ruthen, ex gerente general de la Delegación Miguel Hidalgo. Hizo del escarnio, de la vergüenza, un modus operandi. Su efectividad parece suficiente para superar cualquier crítica sobre la violación de la dignidad, la autodeterminación o la vulneración de derechos. ¿Es que nos volvimos tan ineficientes en la administración y procuración de justicia que el castigo de humillación parece más atinado?

—No es la primera vez que pasa. Hay veces que una sociedad hambrienta de justicia prefiere a los justicieros, que les ofrecen la efectividad, que seguir otros procedimientos judiciales adecuados que de verdad imparten justicia. Violar derechos para salvarguardar derechos a mí parece una barbaridad. Arne se equivoca. Obviamente hay que salvarguardar los derechos, no se puede castigar dos veces a las personas. Siendo autoridad, no puede hacer lo que hace. A mí me parece clarísimo Si él quiere un doble castigo a quien somete, a quien viola el reglamento, necesita unas clases de derechos humanos [Arne renunció a su cargo el 22 de junio pasado, tras casi 10 meses de ejercicio polémico].

Ahora, esta humillación no llega ser tan grave como lo que sucede con los migrantes, lo de los migrantes involucra cuerpo, vida, espíritu. Y es el infierno, allí sí Monge tenía toda la razón [Emiliano Monge, Las tierras arrasadas, 2015]. Monge quería escribir su novela, según contó, sobre el Cielo y el Infierno de Dante y no le alcanzó para el Cielo porque esto es un maldito infierno. Los migrantes cuando vienen a atravesar México sólo encuentran el Infierno, no hay nada más que Infierno. Y las redes sociales no se parecen en nada al Infierno. Quizá para unas personas muy puntuales se ha vuelto en Infierno, pero por lo general no es el Infierno. En cambio para los inmigrantes, casi todos pasan por el Infierno… los que logran pasar.

—El presidente Enrique Peña Nieto, cuando lee la prensa, encuentra un “mal humor social”. ¿Tú lo ves así: tenemos mal humor social? ¿Ese mal humor desencadena humillación?

—Sí, existe un mal humor social, pero a mí me parece que no es “pese al mal humor social”, como dice el presidente en su cita. A mí me parece que tendríamos que tener un gobierno completamente distinto. El humor social lo único que refleja es que llevamos demasiado tiempo humillados. Humillados por un grupo de gobernantes que se rehúsa a entender que estamos hartos de sus abusos, de que se sirvan con la cuchara grande tan descaradamente. Entonces eso es lo que yo diría sobre el “mal humor social”, yo creo que tendría que ser más que mal humor.

Esta entrevista originalmente se publicó en El Economista el 17 de julio de 2016.

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