El nombre suena complicado y técnico: infosfera. Y su definición lo parece más: refiere a los mares de datos interconectados a través de las telecomunicaciones, una red técnica global que posibilita el flujo sin fricciones de la información y acelera el retorno del capital. El historiador israelí Yuval Noah Harari le ha llamado dataísmo y está convencido de que se trata de una nueva religión que tiene su mayor centro espiritual domiciliado en Silicon Valley. Las corporaciones tecnológicas prefieren el concepto cloud (la nube), como un espacio etéreo (y no) donde habita todo lo que es datificado (el big data) y desde donde se produce la magia de la economía digital. El ensayista bielorruso Evgeny Morozov dice que sólo a partir de su secularización, del despojamiento de su aura espiritual, podremos utilizar la infosfera para el florecimiento humano y para pensar un uso cívico y productivo de las tecnologías de la información y la comunicación.

La meta suena complicada, sobre todo si consideramos que la datificación es presentada y ofrecida como la posibilidad de tener más de casi todo. ¿Y quién puede negarse a ello? Más acceso a películas, música y entretenimiento, más productos y servicios comerciales, más gobierno y servicios financieros, más fiscalización y transparencia. Pero el más de casi todo incluye también al trabajo, en un rompimiento de las fronteras entre el espacio para el reposo y el de producción capitalista, además de mayor control y vigilancia de gobiernos y corporaciones. “El Big Data no solo aparece en la forma de Big Brother, sino también de Big Deal. El Big Data es un gran negocio. Los datos personales se capitalizan y comercializan por completo (…) El Estado vigilante y el mercado se fusionan”, escribió el filósofo coreano Byung-Chul Han (Psicopolítica, 2014). Han califica al fenómeno como la ludificación del mundo de la vida y del trabajo, en el que los individuos devienen mercancía.

El arte también ha reflejado las contradicciones de la llamada revolución digital, ya sea como forma de expansión del capitalismo, como emergencia de nuevos métodos de vigilancia o como introyección de necesidades de consumo en las personas. Infosphere, una exposición original del museo ZKM de Karlsruhe, Alemania, cumple su cometido curatorial: presentar las consecuencias sociales de la datificación, a través de la mirada de 33 artistas y colectivos. La muestra abrió sus puertas el 26 de mayo en tres salas del Centro Nacional de las Artes (Cenart) y puede visitarse hasta el 3 de septiembre del 2017.

Quizá la pieza que mejor revela el objetivo de Infosphere es Drone Aviary, del estudio artístico Superflux de Anab Jain y Jon Ardern. Drone Aviary (el Aviario de Drones) es una colección de drones imaginarios con tareas específicas, como la exhibición de publicidad en la vía pública, la cobertura de noticias en tiempo real, la vigilancia nocturna a través de algoritmos de identificación de escenas o el control del tráfico vehicular. El aviario es presentado con un catálogo adherido a la pared con las bondades de cada vehículo no tripulado y un video que cierra con una frase del urbanista y filósofo Paul Virilio: “Hay ojos en todas partes. No queda ningún punto ciego. ¿Qué soñaremos cuando todo se vuelve visible? Soñaremos con estar ciegos”.

Entre los artistas de Infosphere se encuentra Ingrid Burrington, la artista y periodista neoyorquina que el año pasado publicó en la editorial Melville House un compendio ilustrado de la infraestructura física que posibilita el internet en Nueva York y que se encuentra invisible para los ciudadanos. El trabajo de Burrington en Networks of New York. An Illustrated Field Guide to Urban Internet Infrastructure incluye las respuestas de decenas de personas a la difícil pregunta: “¿Cómo puedes ver el internet?”. Para Infosphere, Burrington presenta “Monck’s Corner (33.064257, -80,0443453)”, la intervención de una fotografía satelital del centro de datos de Google en Carolina del Sur, que paradójicamente se encuentra vedado para los curiosos de Street View, el sistema de la compañía que permite visitar en línea montañas, océanos, edificios emblemáticos y museos.

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En “The Algorithmic Trading Freakshow”, el colectivo de investigación artística RYBN ofrece una colección de algoritmos bursátiles extraordinarios, como si se tratara de ejemplares biológicos recuperados por un naturalista del siglo XIX. Uno de los más extravagantes es el “Blindfolded monkey”, una simulación del RYBN al experimento del economista Burton Malkiel que aseguraba que un mono con los ojos vendados podía derrotar a los corredores profesionales seleccionando su portafolio lanzando dardos sobre las páginas financieras de un periódico. El experimento, original de 1973, fue reconstruido por The Wall Street Journal que en 1998 publicó que el mono había vencido a los traders en 39 de 100 ejercicios.

El trabajo del RYBN es una alegoría de los caprichos de los algoritmos, esas fórmulas matemáticas que los dataístas consideran suficientes para abarcar la totalidad de un problema concreto y ofrecer soluciones automatizadas, como si la complejidad de las situaciones humanas pudiera resumirse en un diagrama de flujo.

Infosphere es un acercamiento potente, crítico y bien seleccionado sobre el otro lado de las tecnologías de la información y la comunicación, desde los daños sociales y medioambientales que provoca su producción (en el video “All that is solid”, de Louis Henderson), el que lo vuelve parte de un paisaje urbano y tangible (en el video “Fragments on Machines”, de Emma Charles) o el que se aventura a retratarlo desde las entrañas (en el video “Semiconductor” del dúo británico homónimo). Una exposición que vale la pena visitar.

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