La trampa de la desconfianza. Ilustración original de Nayelly Tenorio
Ilustración original de Nayelly Tenorio

Piensa mal y acertarás, dice el clásico. Y como el clásico no se equivoca y nosotros tampoco, pensamos mal de todos y de todo, sin considerar que la desconfianza es una trampa que erosiona los lazos colectivos y nos lleva a un lugar donde lo único que importa son nuestros sentimientos y las informaciones que confirman nuestros prejuicios.

La desconfianza nos aleja de los otros, reduce la participación ciudadana y el involucramiento en los asuntos colectivos. Vacuna contra la divergencia y la incomodidad, indispensables para entender, asumir o abrazar las diferencias.

Los políticos se pasan la vida denunciando a los adversarios como los responsables de los peores males sociales. El resto, nos pasamos la vida denunciando las desviaciones de los políticos, sin hacer mucho para remediarlas.

Es que los ministros de la Corte trabajan para los potentados, es que el gobierno está destruyendo al país, es que los migrantes vienen a quitarnos empleo, es que los gobiernícolas… La esquizofrenia guía el análisis de los fenómenos económicos y en un mismo día podemos ver a los expertos diciendo que el superpeso ayuda a controlar la inflación y, minutos después, todo lo contrario. Sociedades multipolares, sin asidero común.

Los ciudadanos se tratan como personas sin derechos políticos o, en el mejor de los casos, fanatizados sin redención por ambas partes. “Contingente apático y desechado del progreso, siervo de la tierra y desheredado social”, decía la prensa del siglo XIX y la de hoy.

Es difícil detenerse a entender al prójimo, a sentir empatía. Siempre existe la sospecha, la sombra de una duda. Decidimos sin contexto, con la pura mirada. ¿Y si en realidad está fingiendo? ¿Por qué no pide un trabajo formal? Mira cómo trae a sus hijos. Nos obligamos a ser como el niño preso de Mafalda: purgando tras las rejas de su terraza el delito de “nacimiento en época actual”.

La avalancha de noticias —el relato de la actualidad, el registro inmediato de la historia— drena nuestra salud mental y nos aleja del espacio que debería ser de debate y construcción política, social y comunitaria. La sobreabundancia de información agota, desanima y desorienta. La política satura, la violencia gráfica nos vuelve insensibles. Se cumplió la advertencia de Sartori: para que sea de interés público debe estar en video; si no, pues mala suerte.

Parte de la solución es mejorar nuestra dieta informativa. Necesitamos información y noticias que nos inviten a mirarnos y a reconocernos en el espejo de los otros para recuperar la confianza y caminar juntos por el bien común.

Evitar la trampa de la desconfianza exige una responsabilidad individual: buscar información balanceada y con puntos de vista contrastados y diferenciados, que nos cultiven espiritualmente y que reten nuestras opiniones para mirarnos en los otros, para aprender y colaborar.

La dieta informativa con exceso de octágonos (de datos y opiniones chatarra, de grasas trans) fortalece la cámara de eco (el discurso que confirma nuestras propias ideas). Nos mete en un filtro burbuja: el acorralamiento algorítmico alrededor del mismo discurso: da clic en el mensaje negativo y el mensaje negativo te perseguirá infinitamente.

La dieta informativa desbalanceada nos acerca sin contención a los intereses de los únicos que se benefician de la desconfianza: los políticos, los poderosos y sus personeros.

Necesitamos un contenido informativo que humanice, verifique, contextualice y explique. Necesitamos ser más selectivos y exigentes con lo que nos llevamos a la mente y el corazón. Suena idealista frente al estado de la cosa pública, pero no podemos perder la esperanza.

“Imaginarse al otro es un antídoto poderoso contra el fanatismo y el odio”, dijo Amos Oz. “Es, desde mi punto de vista, también un imperativo moral mayor”.

Te invito a intentarlo, porque los meses que vienen, cargados de política y propaganda electoral, pueden empujarnos más hacia la trampa de la desconfianza y nos costará mucho salir de ahí.

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