Estamos en una crisis mundial, una pandemia que se ha expandido a una velocidad sin precedentes. Hoy se cumplen 126 días de la declaración de la OMS. Y quienes hemos tenido la fortuna de mantener nuestros empleos tuvimos que adaptar nuestra forma de trabajar. La oficina no desapareció, se mudó al corazón de nuestros hogares.
Así como hemos tenido que adaptar las empresas y la vida laboral para acelerar la digitalización, hoy es inminente que debemos repensar los derechos laborales.
Según datos de Eurofund, en la Unión Europea ha aumentado un 37% en número de personas que realizan home office dese el inicio del confinamiento. Según los últimos datos de la OCDE, Irlanda se sitúa en la media de la OCDE en cuanto a horas trabajadas, 1,772 al año. En ese mismo estudio destaca que México es el país en el que los trabajadores dedican más horas, 2,137 año. Pero horas no significa rendimiento. La productividad, sí. Irlanda se sitúa como el país más productivo con un rendimiento sobre el PIB de 99 dólares por hora trabajada. En el otro extremo encontramos a México con un rendimiento de 21 dólares por hora trabajada. ¡Casi 5 veces menos! Si los irlandeses decidieran generar el mismo PIB por trabajador al año que México solo tendrían que trabajar tres meses (453 horas al año).
Los momentos de crisis son los momentos ideales para repensar los conceptos y dar un par de pasos atrás para determinar el nuevo objetivo y caminar en ese sentido. ¿Qué queremos como sector productivo? ¿Qué necesitamos como capital humano?
¿Hemos cumplido las antiguas promesas de estabilidad laboral, salario digno, equilibrio de vida personal y profesional? ¿Las prestaciones laborales existen para todos y, sobre todo, son iguales para todos? ¿En un hoy tan distinto al ayer, qué necesitamos?
Las vacaciones desaparecieron de nuestro vocabulario hace meses pero no significa que hayamos dejado de necesitarlas. Al contrario, las necesitamos más que nunca. Deberían las empresas conceder días adicionales cuando se pueda volver a una normalidad relativa. Permitir descansar y desconectar del mundo analógica y digitalmente.
Hay que implementar sistemas que permitan la desconexión digital. Francia fue el primer país en reconocer el derecho a la desconexión digital en 2013 con un acuerdo intersectorial. Tres años más tarde, en 2016, convirtió ese acuerdo en ley incluyéndolo en el Código del Trabajo. España lo hizo en 2018, pero según datos de Comisiones Obreras (uno de los dos sindicatos mayoritarios) tan sólo el 11% de los convenios colectivos negociados tras la publicación de la ley recogen algún esquema de desconexión digital.
Pensar en desarrollar nuevas herramientas y mecanismos que den más a empresa y trabajador. Por ejemplo, un botón de emergencia laboral. Telegram, Slack, WhatsApp… podrían incluir para que los mensajes no llegasen fuera del horario laboral y sólo saltara un push en caso de emergencia, a solicitud expresa del emisor.
Otro ejemplo sería el dar una vuelta al concepto de vinculación de trabajador y empleador. ¿Es necesario que los contratos de trabajo recojan el lugar donde se va a desempeñar el trabajo? No sería mejor que recogieran los tiempos de respuesta para acudir a reuniones presenciales en caso de ser necesario. Eso permitiría que el trabajador pudiera estar en la playa o montaña o simplemente cerca de su familia.
La empresa ha logrado subsistir gracias a los pequeños o grandes espacios destinados en cada uno de los hogares de sus colaboradores, ¿cómo le va a compensar? Si no podemos cambiar las legislaciones laborales de un día a otro, al menos deberíamos comenzar por reconocer el adicional que ha puesto cada empleado. Respetar al máximo los horarios laborales, reducirlos en la medida de lo posible y reconocer que hoy todos necesitamos un respiro en lo más profundo de nuestro corazón, nuestros hogares.
Alejandro Cubí es Director de Desarrollo de Negocio e Internacional en Tirant lo Blanch.
Twitter: @Alejandro_Cubi
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