Impuesto mínimo global, OCDE, 2022. Ilustración original de Nayelly Tenorio.
Impuesto mínimo global, OCDE, 2022. Ilustración original de Nayelly Tenorio.

La cosa huele mal. El músculo multilateral está lastimado por el clima político, económico y bélico. Con ese escenario de fondo, las conversaciones para diseñar y aplicar el llamado impuesto mínimo global se han atorado y corren el riesgo de quedarse guardadas en el cajón de los buenos deseos mundiales. Como lleva años ocurriendo.

El impuesto mínimo global es un esfuerzo por regular la selva tributaria que permite a las corporaciones transnacionales elegir la jurisdicción más benévola y cruzar el pantano fiscal sin mancharse en el intento.

Se esperaba que el impuesto aplicara gradualmente a partir de 2023, pero los negociadores pidieron prórroga de un año. “Se ha logrado un tremendo progreso y el tiempo adicional asegurará que todos hagamos bien este acuerdo histórico”, dijo Michael Kikukawa, un portavoz del Departamento del Tesoro de Estados Unidos citado por The Wall Street Journal.

El impuesto lleva años cocinándose. Se plantea como una vía para hacer que las corporaciones paguen alguito de impuestos por las ganancias que generan en los países donde tienen presencia comercial pero no fiscal. Es una respuesta para tasar a las grandes compañías tecnológicas y a un puñado de gigantes transnacionales en otros sectores económicos. 

La OCDE (la sigla de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) encabeza los trabajos contra la llamada “erosión fiscal”, conocida por el acrónimo BEPS: erosión de bases imponibles y traslado de beneficios.

El impuesto en realidad son dos estrategias para imponer un nuevo marco fiscal internacional conocidas como Pilar Uno y Pilar Dos.

El Pilar 1 apunta sobre un número a determinar de transnacionales con ingresos superiores a los 20,000 millones de euros y una rentabilidad superior al 10%. 

El Pilar 2 es más complicado e impone un piso mínimo de 15% en todos los países donde las compañías con sede en el extranjero generan beneficios. Se le conoce precisamente como “impuesto mínimo global”. La idea se escribe fácil, pero los detalles convocan muchos demonios.

Mientras se alcanzan acuerdos, los países adherentes se comprometieron a poner pausa a la creación de nuevos impuestos a la economía digital, el sector que agrupa a algunas de las transnacionales que motivaron la construcción del marco fiscal global. Hablamos de Google, Amazon, Facebook, Apple o Microsoft, de origen estadounidense, algo que a la postre provocará discusiones en un Congreso quizá dominado por republicanos —tradicionalmente más proteccionistas que sus pares demócratas— y en medio de la campaña presidencial, que podría tener a Donald Trump otra vez como candidato.

Algunas preguntas están resueltas. Otras muchas, no. Por ejemplo, se considera que el Pilar 1 impactaría a unas 100 transnacionales con beneficios superiores a los 750 millones de euros y facturación por encima de los 20,000 millones de euros. Pero la regla tiene condiciones: para que un país pueda cobrar el tributo, la compañía deberá generar ingresos locales superiores al millón de euros con márgenes de ganancia por encima de 10%.

El Pilar 2 es el que se conoce como “impuesto mínimo global”, por imponer el piso de 15%. Es el pilar que presenta mayores desafíos. Algunos pasan sobre la manera en que se beneficiarán las economías como México, que no son la residencia fiscal de las transnacionales y que recibirán —si algo les toca— muy poco del nuevo marco fiscal.

Se habla de una compensación en forma de retención a las filiales de las megacorporaciones de 7.5 a 9% y de la actualización de acuerdos para evitar la doble tributación (lo que los negociadores llaman subject to tax rule o STTR), algo que podría tomar años.

Los ánimos globales están dominados por la invasión de Rusia a Ucrania, las elecciones legislativas en Washington y las intensidades políticas entre la OTAN y China y entre Estados Unidos y China. En medio, hay una pandemia que se niega a volverse endemia y una inflación que altera cualquier pronóstico.

En ese entorno enrarecido, como un juego de póker, es difícil saber qué pueden alcanzar los negociadores. Por lo pronto, la prórroga de un año ha comenzado.

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