La ciudad del futuro existe y es posible sin necesidad de derribar muros ni rediseñar caminos, afirma Bernd Pfannenstein, geógrafo especializado en temas urbanos. Se requiere voluntad política y una alineación de objetivos, que pasa por reconstruir un tejido social descompuesto y reducir la exclusión social, la segregación y la fragmentación. “México y sus ciudades necesitan buscar sus propias soluciones a los problemas existentes y buscar su propia visión de la ciudad de futuro”.

Planeación urbana, educación, pandemia. Ilustración original de Nayelly Tenorio
Ilustración original de Nayelly Tenorio

Nota del editor: actualización de este artículo publicado el 27 de junio de 2020.

La pandemia aceleró la ruptura de la funcionalidad urbana que engrasaba los sistemas de interacción social y el uso del espacio público de las ciudades, dice Bernd Pfannenstein, especialista en geografía urbana y uso del suelo. El fenómeno tiene viejo cuño: nuestras ciudades estaban fragmentadas desde antes del Covid-19, el “distanciamiento social” se masifica con las comunidades amurallados e incrementa las desigualdades. “Con la pandemia nos dimos cuenta del tamaño de la vulnerabilidad urbana que estamos confrontando”, dice Pfannenstein. ¿Las buenas noticias? Existe espacio para rediseñar y construir la ciudad del futuro.

“Necesitamos pensar cómo vamos a usar esta pandemia y su impacto negativo para repensar las ciudades y hacerlas más funcionales y más sociales”, dice este alemán radicado en México desde hace 7 años, cuando llegó al país para realizar una estancia como profesor invitado por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) a Guadalajara, Jalisco.

Pfannenstein se ha especializado en un fenómeno latinoamericano: la segregación inmobiliaria que pone distancias físicas y construye urbanizaciones cerradas, amuralladas, como la supuesta vía para aumentar la seguridad pública de quienes viven dentro, además de fomentar determinado estrato social y un estilo de vida.

Vivir en fraccionamientos amurallados es una falsa ilusión. Si realmente queremos una ciudad más segura, necesitamos tener una sociedad equilibrada, necesitamos incluir a las partes más vulnerables y entender que todas y todos estamos interactuando todo el tiempo”, dice Pfannenstein en entrevista.

La manera como los ciudadanos viven, la manera como disfrutan o sufren el espacio urbano impacta sobre su nivel de involucramiento en la toma de decisiones colectivas. Lo que Pfannenstein encuentra es apatía: “La gente se está autosegregando, está buscando los espacios para encerrarse con los suyos. Es el cáncer del sistema urbano, porque con estas pequeñas células se inicia el crecimiento del espacio no funcional. Ese es el gran dilema que yo veo: que la gente ya no confía en sus vecinos, que prefiere vivir detrás de bardas”.

—Las ciudades funcionan como mecanismos de control político y como espacios para la construcción de entendimiento político. Por un lado es un control vertical, producido desde la autoridad, y por el otro lado es de un entendimiento horizontal, desde el ciudadano construyendo democracia. Es un tema de economía política de las ciudades.

—Sí, es una de las partes más importantes, porque ¿para qué nos sirven las casas si la gente no tiene fuentes de empleo cerca de ellas?¿Para qué sirven las casas si después se están desplazando tres o cuatro horas en transporte público para llegar a los lugares de trabajo y luego de regreso? Necesitamos pensar en estrategias de microeconomía para las personas de los entornos urbanos. Los temas de la participación ciudadana también son algo clave, es cómo la gente puede articular sus necesidades.

—La pandemia evidenció también que la extensión de muchos hogares los asemeja más a dormitorios que a espacios para la convivencia familiar, donde las personas puedan tener espacios propios, individuales, que ofrezcan privacidad e intimidad. ¿Tiene solución?

—Estuvimos muy enfocados en los años recientes en construir vivienda y construir una acumulacion de viviendas, como las famosas ciudades-dormitorios. Pero en estos momentos nos damos cuenta de que tienen muy poca funcionalidad y menos sobre cómo funciona una vivienda. Estamos reflexionando que cambiaron mucho los asuntos de sólo tener una vivienda.

En este momento, por ejemplo, necesitamos incluir los lugares del trabajo en casa, del home office, pero el espacio está muy reducido. Y no me refiero a la población con alto nivel de ingresos, sino a la población más vulnerable, la que vive en casas de alrededor de 40 metros cuadrados, donde están más de cinco personas en promedio. Ahí nos podemos imaginar qué tan tensos deben ser los conflictos y los choques sociales que en este momento estamos confrontando.

Planeación urbana, educación, pandemia. Ilustración original de Nayelly Tenorio
Ilustración original de Nayelly Tenorio

—¿Estás viendo cambios socioculturales por la pandemia?

—Hay un doble fenómeno. Por una parte, se evidenció el gran problema que tenemos como sociedad, de que no nos gusta la interacción social. A todos nos gusta aislarnos y estar encerrados en el espacio privado. Pero, por otra parte, con la pandemia también descubrimos que este espacio privado no nos da la funcionalidad que necesitamos y salimos a buscar el espacio público: la gente ya quiere salir de sus casas, tienen una motivación intrínseca de salir, porque está buscando retomar la vida cotidiana. Lo interesante es que la gente está buscando retomar los espacios públicos.

Hay personas que viven en casas de vivienda social, de manera distante de sus lugares de trabajo. Las casas nunca se han pensado para que la gente esté ahí la totalidad del día; están pensadas como casas para dormir con la funcionalidad básica necesaria. No se ha pensado en un equilibrio que permita gozar la totalidad del día en la vivienda privada y esta debe ser la gran lección que necesitamos aprender: ¿cómo hacemos un entorno urbano que funciona para todas y todos y que no solamente pensamos en colocar vivienda y colocar gente ahí?

—En algunas ciudades se están implementando iniciativas temporales para la etapa de reactivación, como la instalación de carriles exclusivos para formas de movilidad no motorizada (bicicletas, scooters) o la apertura o cierre de determinadas estaciones de transporte masivo. ¿Estas iniciativas deben permanecer tras la pandemia?

—Hay que entender la funcionalidad. Nuestras ciudades en México, en América Latina no pueden seguir con esta dependencia del transporte particular, de los automóviles, porque cada vez estamos saturando más la funcionalidad urbana y teniendo más problemas. La solución a largo plazo es la apuesta al transporte público, la apuesta a la calle, la apuesta a que la gente retome la calle para caminar, que retome la calle también con la bicicleta. El transporte masivo también es una solución a los problemas de la funcionalidad.

Pero debemos evitar el error de hacer cambios drásticos a corto plazo, porque la etapa pospandemia va a tener distintas partes de adaptación, pero también necesitamos entender que la apuesta a lo largo del tiempo debería de ser tener la ciudad como una ciudad compacta y una ciudad que tiene cortos recorridos para los usuarios.

—La ciudad compacta parece imposible, habría que tirar y volver a construir nuestras ciudades. Lo que he escuchado es el diseño de ciudades policéntricas.

—No creo que sea imposible lograr recuperar la funcionalidad urbana, eso requiere que los actores involucrados en la producción del desarrollo urbano y en la gestión del suelo se pongan de acuerdo en una sola meta y trabajen de manera conjunta. Yo insisto mucho: el desarrollo vertical es la solución a todas las problemáticas de segregación y fragmentación, de desigualdad y exclusión que estamos enfrentando en nuestros sistemas urbanos.

Lo cierto es que debemos experimentar sobre cómo retomarlo. No es llegar de un extremo a otro, no es ir de blanco a negro. Necesitamos buscar ese tono gris que nos permita hacer como acupuntura en estos centros urbanos y ubicaciones de las ciudades.

Estoy de acuerdo en pensar en un modelo policéntrico, que incluya todo lo que necesita la gente además de vivienda: el lugar donde interactuar, el lugar de trabajo, y pensar en que quitamos de esta estructura el automóvil, porque el automóvil nos está causando mucho daño a la funcionalidad urbana.

—¿Existe la ciudad del futuro, la ciudad pospandemia?

—Claro, existe, y existe en muchas cabezas, hay muchas visiones sobre algo alcanzable, pero hay que alinear esos esfuerzos. En el momento en que la gente empieza a trabajar de manera conjunta en una sola meta, que puede ser más funcionalidad urbana y recuperar el tema central que estamos teniendo en nuestras ciudades de México, que es reconstruir un tejido social descompuesto y reducir los sucesos de exclusión social, de segregación y fragmentación, en ese momento estaremos trabajando para visualizar las ciudades del futuro. No es necesario copiar y pegar de los ejemplos que estamos teniendo en el mundo; México y sus ciudades necesitan buscar sus propias soluciones a los problemas existentes y buscar su propia visión de la ciudad de futuro.

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