Ilustración original de Nayelly Tenorio.

El juez Eugenio Raúl Zafarroni no pierde el optimismo y encuentra una oportunidad para transitar hacia lo que él llama “un Estado neoprovidente”, que además de la legalidad y la igualdad incluya la fraternidad. Hay que “regenerar el espíritu de comunidad”, dice Zaffaroni en entrevista.

La pandemia global por el coronavirus es consecuencia de un mal cálculo del poder financiero, que “se mordió la cola” y produjo un bicho que ha paralizado al mundo. La fábrica de virus se salió de control, dice el juez Eugenio Raúl Zaffaroni a través del teléfono desde Buenos Aires, Argentina, donde pasa la cuarentena. “Tenemos una lucha por delante”, asegura.

Zaffaroni lo tiene claro: el coronavirus es consecuencia del cambio climático, un desorden medioambiental causado por el totalitarismo financiero, representado por el poder de las grandes corporaciones transnacionales y sus directores ejecutivos (CEO, por su sigla en inglés). “La inexorable función atribuida a los Chief Executive Officers ha dado por resultado que la actividad financiera rompiese con todas las barreras éticas y legales y asumiese un franco carácter macrodelictivo”, escribió Zaffaroni en uno de los capítulos de PandemiaDerechos humanos, sistema penal y control social (en tiempos de coronavirus), un libro publicado por la editorial Tirant lo Blanch en junio y coordinado por el profesor Iñaki Rivera Beiras de la Universidad de Barcelona.

“Vivimos en un estado de excepción y no en un estado de derecho. La excepción se convirtió en la regla”, dice Zaffaroni en entrevista, con un tono que parece resignado pero que en realidad es el de alguien que en derecho y justicia lo ha visto todo. Desde 2016 este abogado, jurisconsulto y criminólogo se desempeña como ministro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH), antes, entre 2003 y 2015, fue ministro de la Corte Suprema de Argentina (2003-2015). Suma 40 títulos como doctor honoris causa por distintas universidades de América y Europa. Su producción bibliográfica incluye por lo menos 10 títulos, entre ellos En busca de las penas perdidas (1989), La palabra de los muertos (2011) y La cuestión criminal (2011), con ilustraciones de Miguel Rep.

Eugenio Raúl Zaffaroni (Buenos Aires, 1940) tiene esperanza. Está convencido de que la crisis provocada por la pandemia será superada, de la misma manera en que la humanidad ha superado guerras, catástrofes, dictaduras y genocidios, y cree que existe oportunidad para la construcción de un Estado de bienestar “neoprovidente”, un Estado “con una base más solidaria”. La libertad y la igualdad ya no alcanzan, dice, “hay que insistir en la fraternidad, en regenerar el espíritu de comunidad”.

Portada del libro Pandemia. Derechos humanos, sistema penal y control social (en tiempos de coronavirus), coordinado por Iñaki Rivera Beiras para la editorial Tirant lo Blanch.

—Dice el sociólogo Richard Sennett que lo que vivimos en términos de la aplicación de la técnica para contener al coronavirus es un ejercicio de lo que ocurrirá en 15 o 20 años en relación con el cambio climático. ¿Qué opina usted?

—Yo creo que el cambio climático no es tan así. Creo que el bicho es un resultado del cambio climático. El cambio climático no viene solo, es un totalitarismo financiero que avanza por el mundo y que ha sometido al aparato productivo del capitalismo desde hace unas décadas y que se dedica a destrozar los equilibrios del medio ambiente. Eso produce las mutaciones genéticas en la vida microscópica, que es donde nace la vida y, bueno, estamos pagando las consecuencias.

No es que estos virus salen porque a un chino se le ocurrió comerse un murciélago. Eso me parece absurdo, no tiene sentido. Estos virus vienen produciéndose en serie desde las últimas décadas del siglo pasado hasta que salió este bicho ahora. Pero el problema es la fábrica de virus y la fábrica de virus está en la variable de financiarización de la economía que estamos viviendo, en las pulsiones del totalitarismo financiero que estamos viviendo, de la cual Latinoamérica vive un tardo colonialismo a través de un endeudamiento astronómico. 

Ilustración original de Nayelly Tenorio.

—¿Qué es el totalitarismo financiero? ¿A quién sirve y para qué?

—El totalitarismo financiero es lo que se llama neoliberalismo, pero el neoliberalismo es el discurso que lo encubre, es un discurso simplista, es un discurso reduccionista, como antes era el discurso biologista para el racismo. Ahora es el discurso economicista, según el cual todos nos manejamos de acuerdo a reglas del mercado. Nos casamos, nos divorciamos, tenemos hijos, no tenemos hijos, tenemos novia, novio, qué sé yo, conforme a reglas del mercado. A eso pretenden eliminar todas las ciencias de la conducta y el mercado rige todo. Es una simplificación total, un reduccionismo de esa naturaleza, pero esa es la ideología que encubre una realidad.

¿La realidad cuál es? El poder de las grandes corporaciones. El poder de los CEO, de los Chief Executive Officers. Las grandes corporaciones que en el hemisferio norte tienen sitiado el poder político y en el hemisferio sur lo que hacen es este tardo colonialismo a través del endeudamiento astronómico. Hasta que Nixon acabó con el patrón oro el dinero era algo, pero después se convirtió en papeles y ahora son números, grandes números. Estamos manejados por números de computadora. 

Eso es lo que en este momento se resquebraja, porque el totalitarismo financiero se mordió la cola, logró producir este bicho a través de la destrucción del medio ambiente y paralizó a la economía mundial. Generó su propia crisis. No creo que esté del todo caído, creo que tenemos una lucha por delante.

—En su artículo para el libro Pandemia describió la posibilidad de una lucha entre el totalitarismo financiero y la restitución de un estado de bienestar…

—Más que restitución del Estado de bienestar, yo creo que no alcanza. No, creo que tiene que salir un nuevo modelo, un Estado neoprovidente, un Estado distinto, un Estado que tenga una base más solidaria. Libertad e igualdad no alcanzan, hay que insistir en la fraternidad, en regenerar el espíritu de comunidad.

—¿Ha muerto la política? ¿Han muerto los partidos políticos?

—No han muerto, lo que pasa es que nuestra región, como tenemos monopolios u oligopolios mediáticos, la canalización de opinión pública y la creación de realidad se hace a través de esos monopolios u oligopolios, que en realidad asumen la función de partidos únicos. Es contradictorio con el modelo de democracia que nosotros pretendemos, que es una democracia plural. Un monopolio u oligopolios de medios, con una creación única de realidad, es incompatible con una democracia plural…

Estos monopolios mediáticos cumplen la función que en otros totalitarismos cumplían otros monopolios, como el periódico soviético-estalinista Pravda o el Völkischer Beobachter de los nazis. Claro, no estamos en la misma situación, la historia no se repite; este totalitarismo no viene con camisas pardas ni nada por el estilo. Es distinto, pero sí cumple esa función, cumple una función de homogeneizar a través de un discurso único de medios y un discurso que se vuelve agresivo, que se vuelve antidemocrático, que abomina todo lo popular, que se presta al lawfare (la judicialización de las agendas como herramienta política), a la persecución política de líderes populares, a la proscripción de partidos políticos mayoritarios, a falsear elecciones. Nos carcome la base democrática del Estado, y digo no sólo democrática, la base republicana, incluso.

—¿Qué relación tiene el control tecnológico de la pandemia sobre nuestra vida privada?

—Hasta este momento no creo que la haya penetrado mucho, pero puede llegar a hacerlo, se podría usar policialmente. Ya la tecnología se usaba para la vigilancia. El avance tecnológico puede ser una buena noticia en el sentido de que, por ejemplo, puede cambiar el carácter de la prisión —la prisión no desaparecería, pero se puede reducir muchísimo—, y puede ser una mala noticia, porque puede ser que quieran que todos andemos con el chip por la calle. La tecnología es neutra, pero tendremos un nuevo frente de lucha en materia de derechos humanos.  

Ilustración original de Nayelly Tenorio.

—Usted ha dicho que cada vez somos menos una sociedad de consumo, ¿entonces en qué tipo de sociedad nos estamos volviendo?

—Nos estamos volviendo en una sociedad de incluidos y excluidos. El modelo de sociedad que quiere este totalitarismo financiero es una sociedad con un 30% de incluidos y un 70% de excluidos, la sociedad 30-70. Esto responde al cambio del capitalismo. Estamos en un ocaso del capitalismo productivo y un poder del capitalismo financiero. En el capitalismo productivo había explotador y explotado, y el explotador para ser explotador necesitaba que estuviera el explotado. Era una dialéctica y ahí en el medio podía terciar el Estado, tirar un poco más para la fuerza del trabajo, tirar un poco más para la fuerza del capital, en fin. Ahora no, ahora directamente el incluido no necesita para nada al excluido, el excluido es un tipo que molesta, es un descartable. Ese tipo de sociedad es la que nos están imponiendo.

Los descartables son los excluidos y son los disidentes, naturalmente. Los nazis mataron a los judíos pero también mataron a los gays y ya que estaban en eso también se cargaron a todos los socialdemócratas, a los comunistas y a todos los liberales. Es el sector que molesta, el malo, disidente y quienes hablan en favor de ese sector o que apoyan ese sector.

Esta entrevista se publicó en El Economista el 18 de julio de 2020.

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