“Un gobierno transparente sirve de muy poco si la ciudadanía no es capaz de elevar su nivel de discusión y su capacidad para construir buenas razones y argumentos”, advierte Jesús Rodríguez Zepeda. La transparencia es parte indispensable de la rendición obligatoria de cuentas, que requiere de supervisión y sanción efectivas sobre el uso de los recursos públicos. Pero en nuestra democracia, la ciudadanía aún ejerce los papeles impuestos por los proyectos políticos corporativo-autoritario y neoliberal, con tareas muy concretas: en el primer caso, se trata de un involucramiento a nivel clientelar, en el que el ciudadano es un súbdito, parte de una estructura vertical que le exige lealtad a cambio de beneficios; en el segundo, es un individuo que contribuye a cumplimentar políticas públicas exógenas a través de la vigilancia y el control de la administración pública, con un límite de involucramiento marcado por la gran maquinaria de gestión pública controlada por actores políticos y económicos.

Esta base define todavía nuestro régimen de transparencia: primero, un Estado autoritario que a pesar de los cambios partidistas en la conducción nacional se resiste a hacerse a un lado y dar paso a una nueva cultura política; segundo, una ciudadanía que asume el rol impuesto por los proyectos políticos dominantes, antes que ejercer a plenitud los derechos ciudadanos, y tercero, un régimen de transparencia cuentas en pañales —y bajo amenaza permanente— construido para informar motu proprio de las cosas más inocuas e inofensivas, para satisfacer sólo solicitudes de información sencilla y sin estertores, y para obstaculizar el acceso cuando está relacionado con la vigilancia de los actores públicos, ya sea atribuyendo características que impidan la publicidad a través de candados de confidencialidad —como la reserva por motivos de seguridad pública o de propiedad intelectual— o postergándolo a través de plazos y requisitos que diluyen y merman la iniciativa ciudadana para el ejercicio del derecho a la información.

El nuestro no es un régimen oscurantista donde la información de gobierno sea absolutamente secreta, pero tampoco vivimos en un régimen de transparencia plena. Estamos en un momento de transición, con una sociedad civil emergente que asume tareas de contraloría social y vigilancia y unos medios de comunicación, sobre todo los más jóvenes, comprometidos con la transparencia y el uso permanente de las herramientas de rendición obligatoria de cuentas. Esto refleja la transición paulatina, no sin riesgos ni amenazas, a un proyecto democrático en el que el ciudadano se encuentra habilitado para una participación multidimensional, no sólo a través del voto directo con el que refrenda o no su aval a determinado programa político-electoral ejercitado en la gestión pública, sino que puede ser convocado a una llamada “democracia directa”, en la que ejerce la revocación de mandato, el plebiscito y el referéndum, o también puede involucrarse en los llamados espacios de cogestión socioestatales.

El Estado democrático de México se encuentra en construcción, tras 17 años de romper con una tradición de 70 años de un partido político único que controló de manera clientelar y corporativa la relación entre ciudadanos y Estado y que diseminó una cultura política sobre el ejercicio y las estructuras de poder en México, incluido el secreto de Estado y la transparencia selectiva. El fin de este periodo de transición no parece próximo, pero lo que está claro es que transitamos a un modelo donde el poder es ejercido de manera multidimensional, en el que las fuerzas del mercado y de la sociedad civil buscan espacios de influencia y confluencia y donde son necesarias nuevas habilidades políticas de todos los actores. Entre esas habilidades se encuentra el uso de las herramientas de rendición obligatoria de cuentas, indispensable para pasar de una ciudadanía con roles impuestos a una ciudadanía activa, exigente y responsable que hace del derecho a la información una vía para la fiscalización y la sanción de sus empleados públicos. Una ciudadanía, como dice Rodríguez Zepeda, que construye buenas razones y argumentos.

La foto que acompaña este post es original de rokr67 y usa una licencia Creative Commons.

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