El monarca Mark Zuckerberg.

Rousseau afirmó en El contrato social, al reflexionar sobre la pertinencia de cada una de las formas de gobierno, que “el gobierno democrático conviene a los pequeños Estados, el aristocrático a los medianos y la monarquía a los grandes”. Bajo la lógica del ginebrino del siglo XVIII, a México le correspondería la democracia si se le compara con Facebook: el país tiene una población de 130 millones de personas y la red social tiene 2,000 millones de usuarios, en una relación de 1 a 15. Siguiendo el argumento —y pidiendo al lector que suspenda el juicio ante el comparativo fuera de proporción—, Facebook debería ser una monarquía. Si Facebook se considera una monarquía, luego entonces Zuckerberg sería su monarca. Y la historia nos cuenta que los últimos tres siglos significaron grandes modificaciones —revoluciones incluídas— a esta forma de gobierno.

Mark Zuckerberg sería un déspota ilustrado, es decir, un monarca sin miedo a la innovación, con la firme creencia de que las ideas deben dejar el topus uranus y ser puestas en práctica para traer mejoras a la vida de sus súbditos. Y aquí conviene un recordatorio histórico: los súbditos, gracias a este ambiente propicio a la innovación en el pensamiento (posibilitado por la gracia de los monarcas), iniciaron procesos en los que cambiaron su condición para devenir en ciudadanos.

Como recuerda el artículo Why Facebook should pay us a basic income [acá en español], escrito por el editor de Innovación del Financial Times, John Thornhill, Zuckerberg se ha pronunciado más de una vez a favor de políticas sociales de reparto equitativo de la riqueza. En una visita a Alaska realizada el mes pasado, el CEO de Facebook elogió los programas sociales de ese estado diciendo que le daban «algunas buenas lecciones” al resto de Estados Unidos.

Alaska es una región rica en petróleo. En 1976, sus ciudadanos votaron por la creación de un fondo de inversión permanente, financiado con los ingresos petroleros. Los dividendos anuales de este fondo son repartidos a partes iguales entre todos los habitantes. Para Thornhill, esta distribución de ganancias entre los pobladores de Alaska constituye una renta básica universal, pues basta con ser un residente para poder acceder a ellas. Una de las características —y tal vez la que levanta más ámpulas entre los defensores de la productividad— de la renta básica universal es que no está condicionada a la realización de una actividad productiva por parte del beneficiario.

Thornhill hace un símil en su artículo, en el que compara la riqueza generada por el petróleo, con las ganancias que reporta la obtención de data. La data, apunta el editor del Financial Times, es el nuevo petróleo. Y Facebook es una gran sistema de captura de data.

Zuckerberg debería pagarnos una renta básica a todos y cada uno de los que nos damos de alta en Facebook, propone Thornhill. La lógica es la siguiente: nosotros generamos data en su red social, misma que él aprovecha para acrecentar su fortuna. Si generamos ganancias, Zuckerberg debe participarnos de ellas, lo que sería además un gesto de congruencia con sus declaraciones a favor de la distribución justa de la riqueza.

En una nota de Julio Sánchez Onofre publicada por El Economista, Giovanna Salazar, investigadora de Internet y colaboradora de Global Voices, declaró que Free Basics, la iniciativa de Facebook, Virgin Mobile y Telcel para ofrecer contenidos de manera gratuita a comunidades que carecen de conexión a internet es un gran dispositivo de captura de data, pues obliga a sus “beneficiarios” a iniciar una sesión en la red social. Esto posibilita el registro de toda la actividad de su navegación. Incluso los gestos más humanitarios del monarca le reportan beneficios y ganancias. Los súbditos pagaban con obediencia y tributos la augusta protección de su rey; Zuckerberg cobra tributo con la data que genera cada uno de los usuarios de su red social.

Aristóteles, en su Política, dirá: El que es ciudadano en una democracia con frecuencia no es ciudadano en una oligarquía. Los usuarios-súbditos de Zuckerberg deberíamos tomar La Bastilla para convertirnos en ciudadanos, y hacer de Facebook una república, aunque ello contravenga los cálculos bien intencionados de Rousseau.

Ya ciudadanos, Zuckerberg sufriría el destino de muchos de los déspotas ilustrados: su derrocamiento. Y si quiere gobernar en nuestra república, que se presente a elecciones como todo ciudadano.

Este artículo originalmente se publicó en El Economista el 8 de agosto de 2017.

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