Espionaje y ciberataques a escala global, manipulación de la información política y de las intenciones del electorado a través de redes sociales en Internet, masificación de las herramientas de control público y privado sobre las personas… El profesor Reg Whitaker no pierde la esperanza, incluso después de pasar casi 20 años viendo cómo se confirman o robustecen las premisas de su libro El fin de la privacidad, publicado por Paidós en 1999. Más que una investigación académica, el libro parece hoy una cronología bien actualizada de lo que ocurre en el mundo, como consecuencia de la aplicación de la tecnología digital en la vida cotidiana. ¿Qué falta? “Falta la respuesta de la sociedad civil contra el control y la intrusión hostil del Estado”, dice Whitaker en esta entrevista.

Algunas de esas respuestas pueden verificarse en la reciente denuncia de activistas y periodistas mexicanos contra el espionaje de teléfonos a través del programa malicioso Pegasus, fabricado por la compañía israelí NSO Group, y en las investigaciones sobre el descontrol en la vigilancia de comunicaciones que posibilita la regulación de telecomunicaciones en México. Pero no son suficientes. “El nuevo panóptico es un asunto de dos vías, de una transparencia potencialmente en ambas direcciones. Las herramientas están dispersas y existe el potencial para un mayor contracontrol”, dice Whitaker, investigador emérito de la Universidad de York y profesor adjunto de Ciencias Políticas en la Universidad de Victoria, en Canadá.

“Snowden es una muestra de lo que yo llamaría ‘rendición de cuentas de guerrilla’, que se ejecuta a través de los canales oficiales. Desafortunadamente, el papel de Wikileaks en el ataque ruso a las elecciones estadounidenses demuestra que estas potenciales herramientas de resistencia ciudadana también pueden convertirse en herramientas de determinados actores estatales y políticos”, dice Whitaker, coautor de Canada and the Cold War (2003) y de Secret Service: Political Policing in Canada from the Fenians to Fortress America (2012).

El profesor leyó las señales de la disrupción tecnológica y concluyó que el sueño de una vigilancia total se había vuelto realidad; se había creado un panóptico digital, en referencia al proyecto del filósofo inglés Jeremy Bentham de finales del siglo XVIII, en el que un solo guardia en una torre era capaz de vigilar a todos los internos de un mismo edificio, cuya arquitectura difundía la idea de una vigilancia permanente e invisible. En el panóptico digital no sólo opera el Estado, sino también las corporaciones. A continuación, algunas preguntas y respuestas de la entrevista.

—¿Tenemos que seguir hablando de privacidad?

—Por supuesto, la privacidad sigue siendo importante, pero tal vez no de la manera como la concebimos en el pasado. La gente todavía necesita espacios privados donde pueda definirse y expresarse, pero estos espacios tienen que ser reimaginados a la luz de las tecnologías intrusivas que desafían los límites de la identidad y la expresión personales. Aquí es donde la mercadotecnia del sector privado es más insidiosa, ya que la gente permite el abandono de su información de carácter personal para facilitar la provisión de bienes y servicios adaptados cada vez más a sus preferencias personales, sólo que estas preferencias están influenciadas por los vendedores. Se necesita una mayor regulación sobre el uso de datos personales, lo que yo veo como parte de un programa político entre los ciudadanos conscientes.

—¿Big Brother fue el primer desempleado de la nueva era?

—Big Brother no está exactamente desempleado. Antes del 11 de septiembre del 2001 estaba siendo subcontratado por el sector privado, pero después de los ataques del 11 de septiembre la tendencia se modificó y el Estado tomó un papel cada vez más destacado en la vigilancia (vendida como una medida de protección a los ciudadanos contra el terrorismo, con el quid pro quo de negociar alguna libertad para garantizar una mayor seguridad). El efecto de descentralización de las nuevas tecnologías de la información ha tenido el resultado innegable de desafiar al Gran Dictador o al Partido Único como pivote del Estado y el foco exclusivo de la lealtad, incluso ante el resurgimiento de autócratas personalistas, como Putin o Erdogan —¿Trump en sus intenciones?— y el relativo éxito de Xi en el mejoramiento y fortalecimiento del papel central del Partido Comunista en China (mientras controla cuidadosamente el acceso a Internet).

Como tal, el viejo Estado totalitario podría estar en el pasado. Incluso Putin intenta influenciar en el proceso político y mediático, sin operar, como en su momento lo hizo Stalin. Y dudo mucho que China simplemente ame ahora más al Gran Hermano Xi como en su momento lo hizo con Mao. La coerción y el miedo están en juego tanto como el consentimiento.

¿Significa esto que la resistencia es inútil? No, en absoluto. Lo que significa es que la resistencia debe enfocarse en las razones más profundas de la amenaza del Estado, en lugar de sólo derrocar a un Gran Hermano personalizado. Ese es un desafío mayor, pero que ofrece una resistencia más inteligente, que puede operar después de la revolución y no sólo como un medio de derrocar al jefe y luego irnos a casa.

—¿Cree que la transparencia es ahora una obligación sobre los ciudadanos, que debemos ser tan transparentes como los gobiernos?

—En cierto sentido sí y en otro sentido no. Cuando los ciudadanos se enfrentan al Estado y a las corporaciones, tienen la obligación de revelar quiénes son y qué quieren, y no jugar los mismos juegos engañosos de los poderosos. Por otro lado, la rendición de cuentas de gobiernos y corporaciones es una obligación que surge del poder que tienen sobre las vidas y libertades de las personas y que supera ampliamente la responsabilidad de las personas sobre la política y la legalidad.

—Si la transparencia es ahora una cualidad ciudadana, ¿qué sigue? ¿Cuál es el siguiente nivel?

—Mayor honestidad en ambas direcciones, desde arriba especialmente, pero también desde abajo.

—¿Hay alguna manera de resistir a la racionalidad neoliberal que nos ha hecho transparentes?

—La racionalidad neoliberal tiene una debilidad muy grave: la legitimidad. Habla exclusivamente en el lenguaje de la economía y el interés propio. Eso funciona en cierto grado, pero es autolimitada. Primero, en la práctica, el neoliberalismo no ha respondido a las necesidades económicas básicas de la clase obrera, de los marginados e ahora incluso de la clase media, ya que la desigualdad caracteriza cada vez más a los estados capitalistas avanzados. Sólo 1% y un círculo un poco mayor de aquellos que están preparados para la globalización y la disrupción tecnológica se han beneficiado de manera desproporcionada, mientras que el resto se ha retirado y está cada vez más inconforme. De ahí el colapso de los viejos partidos políticos y el surgimiento de nuevos partidos y líderes populistas (de Trump a la derecha política a Sanders y Corbyn a la izquierda) que atacan el neoliberalismo y la globalización, aunque desde direcciones diferentes y a menudo incoherentes.

En segundo lugar, el neoliberalismo nunca se ha dirigido a los elementos no económicos de la naturaleza humana, como la identidad cultural y nacional, la religión y la fe o el deseo de hacer el bien en lugar de sólo hacer bien las cosas. Todos estos conceptos están resurgiendo, algunas veces de forma equivocada, es cierto, pero otras veces de forma esperanzadora. En Estados Unidos, la economía neoliberal y el conservadurismo social caminaron de la mano desde el gobierno de Reagan hasta el de Bush, aunque se trató de una relación incómoda. Con Trump hay una mezcla incoherente y probablemente inestable. El nacionalismo populista en Europa ha aumentado y ha caído muy rápidamente. Existe espacio para una alternativa progresista al neoliberalismo que abandone la austeridad y las soluciones impulsadas por el mercado, conservando al mismo tiempo el Estado de Derecho y una cultura democrática liberal.

—¿Está en riesgo la democracia? ¿Estamos avanzando hacia paradigmas nuevos y aún desconocidos?

—Si dejamos que suceda, sí. Depende de nosotros reclamar la democracia. El populismo es una versión degradada y pervertida de la reconquista democrática. Trump y el estúpido voto del Brexit son ejemplos de personas que se disparan al pie en lugar de apuntar contra la raíz de los problemas.

—Si pudiera volver a escribir su libro, ¿qué haría distinto?

—Me gustaría abordar dos cosas principalmente. En primer lugar, el regreso del Estado al centro del poder de vigilancia y la complicada relación entre los sectores privado y el público en la economía de la información. En segundo lugar, el surgimiento de las redes sociales en Internet y su influencia en la adopción de tecnologías entre las personas. Cuando escribí El fin de la privacidad, Facebook, Twitter o Instagram no existían o no habían surgido plenamente. Las redes sociales representan un área enorme para explorar. No tengo respuestas más convincentes que la mayoría de los observadores, pero las redes sociales han transformado claramente la forma como aprendemos, como interactuamos con otros y con el mundo, incluso tal vez la forma como pensamos.

Esta entrevista originalmente se publicó en El Economista el 28 de junio de 2017.

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