Trump y Obama, durante el cambio de gobierno en Estados Unidos.

“Esto no es un punto, es una coma en la historia de la construcción de Estados Unidos”. Barack Obama soltó esta frase en un discurso que ofreció antes tomar sus vacaciones permanentes de la presidencia de Estados Unidos. Lo hizo horas después de entregar las llaves de la Casa Blanca a Donald Trump.

Obama es uno de los grande oradores de nuestro tiempo. Cada palabra de sus discursos es calculada y prevé toda implicación. No se puede entonces decir que esta frase obedeció a un impulso propio del resentimiento de quien pierde lo querido y no se resigna a ello.

“Coma es una coma es una coma es una coma”, resuena en mi cabeza como paráfrasis del verso más complejo del poema “Sagrada Emilia” de Gertrude Stein (“Rose is a rose is a rose is a rose…”). La “coma” propuesta como figura en el discurso de Obama se torna entonces enigmática. La coma, como signo de puntuación, indica,entre otras cosas, una pausa breve dentro de una frase. La pausa, a su vez, es una breve interrupción en una acción.

Donald Trump se asentó en la Oficina Oval con una de las popularidades más bajas en décadas en Estados Unidos y en el mundo. La mayoría de las previsiones de su gestión por parte de analistas apuntan hacia anticiparse a cuánto daño más puede hacer con sus acciones. En todo el mundo, el adjetivo más usado para referirse a él es “imprevisible”. Trump irrumpió en el orden de la globalización, orden que aseguraba que nadie podía ir unilateralmente contra ella sin sufrir las consecuencias. Quien lo intentara, pronto recibía castigos ejemplares, que iban desde bloqueos comerciales hasta el cierre de las fuentes de financiamiento. Pero Estados Unidos no es una república bananera.

Nadie en sus cabales ha pedido castigar a Estados Unidos por cerrar sus fronteras, o por hacerlas menos permeables. Las voces más sensatas, han pedido esperar a que Donald Trump cumpla su mandato de cuatro años y se devuelva a su casa, para que entonces todo vuelva a ser como era. Así, condenan anticipadamente a Trump a ser una interrupción, y ya no una irrupción; una coma. Toda interrupción desvía el rumbo con algo trivial, accesorio, olvidable. Esperan entonces que el tiempo de Trump frente a los destinos de Estados Unidos sea algo de lo que la memoria del mundo no guarde registro.

La condena al olvido contra los autócratas no es nueva. En el Egipto de los faraones, a Akenatón décimo faraón de la dinastía XVIII, le fue negada la posteridad por sus sucesores, luego de que decretara el culto único al dios Atón, reforma religiosa que la sociedad egipcia no tomó bien, pues le obligaba a dejar, grosso modo, su milenario culto politeísta por uno monoteísta. Tan pronto Akenatón murió, todo registro de él y su reinado fue borrado, y la sociedad egipcia volvió a su culto tradicional.

La Roma de los emperadores tenía una práctica que reservaba para los emperadores autócratas que contravenían el orden y las creencias: la Damnatio memoriae, o condena de la memoria. Este castigo de condena al olvido anulaba los registros del periodo de gobierno y la existencia misma del tirano —destruían sus estatuas y borraban su nombre y efigie de monedas y edificios— que rompía con el status quo unilateralmente

Heliogábalo, emperador romano de la dinastía Severa, tuvo a bien reemplazar al dios Júpiter, padre del panteón romano, por el dios Sol Invicto (Deus Sol Invictus), y se erigió sumo sacerdote del culto al mismo. No contento con ello, obligó a los miembros de su gobierno a participar en los rituales dedicados a su deidad impuesta. Los destacados personajes, en agradecimiento, le enviaron espadas de la Guardia Pretoriana, mismas que éstos, gozosos, encajaron a lo largo del regio y juvenil cuerpo de dieciocho años. Sobra decir que el cadáver del emperador devenido en alfiletero tardó más en enfriarse que Júpiter Tronante en regresar a su trono olímpico. Los registros de Heliogábalo y sus acciones como gobernante sufrieron la damnatio memoriae, es decir, los borraron de la memoria histórica de Roma.

En los dos casos citados, sustraídos del olvido, el elemento común fue la sustitución de un orden por otro, por vía del decreto de un autócrata, sin consenso, sin allegarse de simpatías a su proyecto. Si hay similitudes entre Trump y aquellos dictadores de memoria pasada por lejía, ¿cuáles son?

Los presidentes y primeros ministros de Alemania, Francia, China y Japón, sólo por nombrar a algunos, han hecho una misma crítica a Donald Trump: no están de acuerdo con su proteccionismo, y se pronuncian a favor del libre mercado, del cual, hasta ahora, Estados Unidos era el guía espiritual.

El proteccionismo de Trump va a contracorriente del movimiento de la globalización.

Ya Walter Benjamin, pensador alemán del siglo XX, propuso en su texto “Capitalismo como religión” la idea de que este sistema económico —el capitalismo— es de naturaleza semejante a la de la religión, pues existe la identificación del pecado y la culpa y la deuda en ambos. Para Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania, esto no es del todo certero, pues, en su opinión, el capitalismo carece de los elementos de perdón y expiación, propios de la religión. Pero Yuval Harari, historiador israelí, y Slavoj Žižek, filósofo esloveno, apoyan la tesis de Benjamin. Para Harari, el capitalismo es la religión más exitosa de la historia, por ser en la que creen casi todas las personas del mundo. Las ideologías son, para el también escritor, mitos necesarios para la cooperación de las masas en grandes proyectos, y uno de ellos es el capitalismo. El esloveno Žižek, por otro lado, y con su estilo desenfadado, nos dice que un capitalista es alguien que cree, con fe ciega, en hacer crecer el capital, hacerlo fluir, en la inversión y en todos los elementos propios del capitalismo, como el libre mercado.

Con una “coma”, Obama condenó a Trump a la damnatio memoriae por ir en contra del culto al libre mercado, e imponer el del proteccionismo. Un infractor religioso, un pagano del libre mercado, un autócrata, que puede seguir los pasos de sus predecesores egipcios y romanos. Gertrude Stein, explicando su verso de “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”, dijo: “Pienso que con aquel verso la rosa se hizo roja por primera vez en la historia de la poesía en inglés en cientos de años”. Una coma, una pausa, una interrupción, un olvido se pueden presentar por vez primera en los Estados Unidos del siglo XXI, y que todo vuelva al orden previo.

Este artículo se publicó originalmente en El Economista el 26 de enero de 2017.

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