El mismo día que el Senado de la República aprobó modificaciones en contra de los derechos de las audiencias, el Consejo de Administración de Grupo Televisa informó el nombramiento de Bernardo Gómez y de Alfonso de Angoitia como copresidentes ejecutivos de la empresa, en tanto que Emilio Azcárraga Jean se enfocará en la división de fútbol, en Fundación Televisa y en la estrategia a largo plazo.

Los cambios corporativos son positivos, pero los de Televisa llegan tarde y con tibieza. En su comunicado, el Consejo de Administración de Televisa reconoce tres aspectos: que se requería un cambio en la presidencia, que la industria está pasando por una transformación muy importante y que es una compañía de telecomunicaciones, ya no sólo de contenidos ni de radiodifusión.

El diagnóstico es correcto pero los paliativos no tanto. Como bien señala Moisés Naim en El fin del poder, actualmente en el mundo la dirección de las empresas es menos estable que antaño, sobre todo en el sector tecnológico. El enroque en la presidencia de Televisa debe entenderse en esa tendencia donde los cambios corporativos, económicos, estratégicos y en el desgaste y equilibrio de poder son cada vez más vertiginosos.

La tendencia también es evolucionar de empresas familiares hacia modelos organizativos profesionales, donde los consejos de administración reclutan perfiles de directivos con visión a largo plazo, estrategias de negocios enfocadas y basadas en resultados, para que las compañías retomen el crecimiento, la rentabilidad y entreguen mejores dividendos a los accionistas. Es decir, perfiles más financieros y estratégicos que políticos.

Sin embargo, los integrantes del Consejo de Administración de Televisa (que representan, entre otros, los intereses de Industrias Peñoles, El Palacio de Hierro, Lionsgate, Coca-Cola, Mercado Libre, Banorte, Banamex, Grupo Lala y Discovery) optaron por un esquema de copresidencia: más que un detonador de una nueva era puede ser su obstáculo, retrasando la toma de decisiones estratégicas de la empresa. Dos cabezas piensan distinto y tienen visiones diferentes, por lo que es más fácil que entren en conflicto y ocasionen una parálisis que entorpecerá a cualquier consorcio.

Supongo que la copresidencia de Gómez y De Angoitia es provisional, en tanto el Consejo de Administración nombra a un presidente definitivo. Pero lo anterior seguiría retrasando de forma innecesaria los cambios que requiere la empresa, en función de las transformaciones del sector, el mercado, la regulación, las tecnologías y los hábitos de las audiencias y los usuarios.

El cambio en Televisa es tardío porque otros competidores hicieron movimientos en la dirección de las empresas para reconducir el rumbo de los negocios. Carlos Slim dejó la mayoría de los consejos de sus empresas y ahora se desempeña en actividades vinculadas a la salud, la educación o el empleo. En 2015, Ricardo Salinas Pliego colocó a su hijo Benjamín Salinas Sada como nuevo director general de TV Azteca y los cambios en la estrategia, la programación e incluso la deuda de la televisora son evidentes. En el comunicado enviado a la Bolsa Mexicana de Valores, Benjamín Salinas dijo: “Hay una nueva generación de televidentes esperando contenidos audaces, una audiencia que busca ser sorprendida”.

Telefónica también hizo cambios: salió César Alierta después de comandar la empresa 16 años y entró en su lugar José María Álvarez-Pallete, con el objetivo de ser “relevantes en el ecosistema digital”. Al poco tiempo, para Telefónica México nombró a Carlos Morales Paulín como nuevo presidente ejecutivo y director general en sustitución de Francisco Gil Díaz.

El desembarco de AT&T en México ocurrió bajo la dirección de Thaddeus Arroyo, pero posteriormente fue sustituido por Kelly King, a quien le corresponde una nueva etapa de consolidación y expansión del operador estadounidense en el país.

La única empresa relevante que no había hecho cambios era Televisa. Éstos pudieron ocurrir tan pronto como se conocieron las implicaciones de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones y radiodifusión, la ley secundaria y la regulación de preponderancia. En el camino ocurrió la transición a la televisión digital y la entrada de un nuevo competidor al mercado de la TV abierta. Sin mencionar la irrupción de nuevas tecnologías, la convergencia de contenidos y plataformas, la explosión del consumo audiovisual en Internet y la aparición de empresas como Netflix que rápidamente crecieron y conquistaron el interés de los usuarios.

Del conjunto de las industrias mediáticas, la televisión fue la última en ser impactada por el poder disruptivo de la digitalización, las TIC, la Internet y la conectividad. Se comprenden los intentos (infructuosos) por retrasar en la medida de lo posible los cambios y los beneficios del modelo de negocios tradicional, pero también es un exceso de confianza porque el impacto en las industrias de la música y el libro ya habían mostrado los efectos del cambio tecnológico.

Netflix llegó a México en septiembre de 2011 (cuando ya tenía 25 millones de suscriptores en Estados Unidos y Canadá), un año y medio antes de que se discutiera la reforma constitucional. Clarovideo apareció en noviembre de 2012, antes de los cambios legislativos y regulatorios. Televisa lanzó Blim en febrero de 2016, tras insistir en la competencia desleal de las plataformas over the top (OTT) y en que debían ser reguladas.

Es muy difícil pensar diferente cuando la estrategia comercial y política de Televisa había resultado tan redituable durante décadas. Pero ahora los cambios son tan profundos y dinámicos —con implicaciones en todos los ámbitos—, que sería sorprendente que una misma persona fuera capaz de visualizarlos y enfrentarlos. También es complicado que una copresidencia (con un perfil político, ideóloga y partícipe de las consecuencias que ahora producen el cambio en la cúpula de la empresa) lo logre.

Pareciera que al final Televisa se sigue resistiendo al cambio. Quiere pero no se atreve. Lo intenta pero no lo logra. Dice Julia Cagé en su libro Salvar los medios de comunicación (sobre los cambios en la estructura, estatutarios, accionarios y laborales de las empresas de comunicación e información) que “no hay que esperar de un actor económico tradicional que lleve a cabo la revolución del mañana”.

Hasta el momento la autora tiene razón y Televisa lo demuestra. Pero yo sí espero que la empresa se transforme y, a pesar del retroceso que aprobó el Congreso de la Unión en contra de los derechos de las audiencias, éstas comiencen a ser respetadas por la televisora más importante de México. Esa sería una revolución más sorprendente que cualquier cambio de presidente.

Jorge Bravo es analista de medios y telecomunicaciones.
Twitter: @beltmondi

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