La desmesura, al madurar, grana en la espiga del error, y la cosecha sólo pueden ser lágrimas.

Esquilo

De un plumazo, la Historia vuelve a iniciar, como si el mundo hubiese nacido ayer, como si las bibliotecas, las hemerotecas y la experiencia humana fuesen ininteligibles, como si el conocimiento se construyera a partir de los ojos del periodista contemporáneo. En los medios de comunicación pueden escucharse las frases más contundentes, las afirmaciones más categóricas y el titular definitivo. Sin control, sin filtros, sin pudor. Los periodistas hemos perdido la brújula y, en arrebatos de grandilocuencia (o estupidez), olvidamos que antes que antes de nosotros miles de personas han ido formando eso que llamamos Historia.

Carlos Loret de Mola, durante sus transmisiones desde la mina de Pasta de Conchos, cuando ocurrió el accidente en el que quedaron atrapados 65 mineros, se atrevió a declarar: “Nunca tantos ojos habían puesto tanta atención a un solo hecho”. Nunca. Y párele de contar. ¿Qué importan el Mundial, la Romería de la Virgen de Guadalupe, la muerte del Papa, los Juegos Olímpicos? Pues nada, porque “nunca tantos ojos” estuvieron atentos a una sola tragedia, la de Pasta de Conchos, seguramente observada también en Estambul y Buenos Aires y Shangai.

El experimentado redactor de una revista de crítica musical reseña el primer álbum de los británicos Franz Ferdinand. No titubea, su pluma es como el rayo divino sobre las tablas de Moisés: “Este disco vino a cambiar la historia del rock”. ¿Usted alguna vez escuchó sobre The Beatles, Franz Zappa, Nirvana, Arcade Fire? Pues olvídelos: una banda de jovencitos británicos, con apenas dos discos en las tiendas, revolucionó todo lo que usted conocía. Todo.

Un caso más: en la campaña electoral, los principales candidatos se acusan de todo, desde nexos con el narcotráfico hasta que a fulano le gustan los hombres. Nada sorprendente, hablando de campañas electorales. Pero en los medios de comunicación, antes que criticar el bajo nivel argumentativo, bautizamos la situación como guerra sucia. Así, nuestros lectores más jóvenes conocerán una nueva y frívola acepción de guerra sucia: “Dícese de la campaña electoral donde Mariquita no tiene calzones, porque se los quita y se los pone”. ¿Dónde queda ese dramático periodo de la historia política de México, de persecución, asesinatos y desapariciones en los regímenes de Luis Echeverría y López Portillo? ¿Qué no le llamábamos guerra sucia a ese trauma, para el que incluso creamos una oficina especializada en la Fiscalía General de la Nación?

Estos ejemplos no son ni serán los últmos: cuando se piensa que la vulgaridad no puede ser mayor, alguien nos sorprende con un titular, un pie de foto, una nota. Desconozco la razón primigenia de este desprecio por la Historia —el de situar los hechos fuera de cualquier contexto—, pero en parte se debe a la poca preparación de los periodistas, a nuestra afición por el sensacionalismo y nuestra su hambre por la frivolidad. “La prensa es una boca forzada siempre a estar abierta y a hablar siempre. Por eso, no es de extrañar que los periódicos digan muchas más cosas de las necesarias y que divaguen y se desborden”, escribió el poeta francés Alfred de Vigny.

En una crónica sobre un concierto de reggae, el joven reportero entrevista a un asistente, El Latas, quien cándido afirma: “El 80 por ciento de los que estamos aquí somos mariguanos”. El joven reportero no certifica el valor estadístico de la declaración y no hay editor que detenga el absurdo; la irreflexión se vuelve material informativo y se imprime en por lo menos 30 mil ejemplares: ocho de cada diez jóvenes asistentes al concierto son mariguanos. Punto.

Trabajar en un medio informativo responsabiliza en la construcción inmediata de la Historia, que al paso de los años se convertirá en la biografía de las personas, las ciudades, los países. La Historia exige rigor y exactitud y debe ser tomada con seriedad. Fernando Benítez, decano del periodismo cultural en México, decía que los periódicos deben ser la universidad de quienes nunca fueron a una. El filósofo Fernándo Savater afirma que dentro de poco la prensa “será la fuente del pensamiento para 90 por ciento de los españoles”. Si los Fernandos tienen razón, no podemos permitir que se sigan cometiendo crímenes contra la sensatez, contra la prudencia, contra la mesura.

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